El colmo de la desvalorización y el preludio del desastre se llama «concurso abierto y no remunerado de diseño»

Por alguna razón (que nunca es explícita, porque nunca tiene su origen en la formulación de un programa de necesidades de comunicación visual) a alguien se le ocurrió un día «solucionar» su necesidad de un cartel para las fiestas patronales de interés turístico convocando un concurso abierto al público mayor de 12 años residente en la Unión Europea, o hacer el logotipo del mercado comarcal de ganado haciendo un concurso entre escolares, y ofreciendo respectivamente, a modo de premio, una pernoctación para dos personas en un alojamiento local y el honor de ver el trabajo publicado.Fallo (nunca mejor dicho) mediante votación popular a través de las redes sociales, que así movemos el tema, atraemos tráfico a la web municipal y obtenemos «likes».

Perdón si he metido el dedo en la llaga, he pretendido poner ejemplos totalmente ficticios aunque verosímiles.

Hasta aquí habrá a quien el panorama le parezca un esperpento y quien se apunte la idea para aplicarla a su próxima iniciativa, que barato es baratísimo. El problema surge cuando se descubre que ganador y finalistas son plagios y hay un escándalo en los medios y/o una demanda en los tribunales, o cuando la imagen de un servicio público comunica inmadurez e inconsistencia o, de esto nadie se dará cuenta, nuestra cultura visual se va degradando y todo nos da un poco igual y vamos perdiendo la autoestima y la oportunidad de comunicarnos con intensidad y consistencia frente a otros que si lo hacen. 

Además con este tipo de iniciativas fallidas desde la base se trasmite a los ciudadanos, especialmente cuando parten de instituciones públicas, que el diseño gráfico no requiere cualificación ni remuneración. Por razones obvias los profesionales no concurren a este tipo de concursos que frecuentemente consideran ofensivos. 

Recomendación para diseñadores y estudiantes de Diseño: no se presenten a concursos abiertos y no remunerados o que se fallen por votación popular. Son un insulto a su profesión, y las promesas de notoriedad o de trabajo son tan falsas como el beneficio que obtiene quien los convoca.

El máximo nivel de perversión de esta realidad se alcanza cuando los jóvenes, que frecuentemente constituyen el público mas susceptible de participar en los concursos que desvaloran y usurpan la labor de los diseñadores profesionales, son a su vez estudiantes de diseño. Éstos, hoy encantados de ver su trabajo publicado gratis y mañana profesionales ofendidos porque las instituciones encargan el trabajo de profesionales a otros estudiantes, acudirán de nuevo a concursos abiertos y no remunerados con la esperanza de obtener un reconocimiento que nunca llegará a convertirse en un contrato decente. Y vuelta a empezar, pero cada vez peor. 

Con frecuencia las causas de estos desaguisados son la intención de generar tráfico en las redes, la voluntad de recabar la opinión popular sobre un aspecto «intrascendente» desviando la atención de otras cuestiones, o simplemente hacer algo que no cueste, es decir, poco o nada que ver con el diseño.